La Llamada De La Sangre El hombre se hallaba sentado en el borde del camastro, sus codos apoyados sobre sus piernas, sus manos nervudas a ambos lados de su cráneo parecían querer sujetar aquel estuche donde reposaba su cerebro, y que en aquellos momentos, semejaba al gigante Polifemo golpeando las paredes que le retenían en la cueva tras haber sido herido en su único ojo por Ulises. Su cuerpo sufría repentinas convulsiones debidas a ese llanto que se había apoderado de el de forma incontenible. No podía contemplar su propio rostro lleno de tristeza y dolor, pero si aquellos hilillos de baba que caían entre sus piernas haciendo un pequeño charco en el suelo de la celda. El hombre se había sentido hasta hacía unas horas un tipo seguro de si mismo, de carácter fuerte, difícil de ser herido en esa moral casi férrea de la que siempre había echo gala. Ahora en cambio se sentía completamente abatido, en menos de veinticuatro horas, todo su aplomo se había venido abajo y se sentía