Terror en la oscuridad
quien no ha tenido miedo al la oscuridad , por lo menos una vez.Cuando no hay nada de luz, el corazón tamborilea veloz y una torrencial lluvia de imágenes espeluznantes inunda nuestra cabeza; versiones aterradoras de todas esas historias y películas de horror que a la luz del sol, o que por lo menos de una lámpara, no nos daba tanto miedo.
Luis era uno de esos niños que le temía a la oscuridad, y aunque ahora duerme tranquilo con la luz apagada, no siempre fue así.
Hace un tiempo, para dormirse necesitaba tener una lámpara encendida, si no, le entraban unos escalofríos feos, feos y unas ganas de hacer pipí, hasta que ya no aguantaban más y pues... ¡se hacía! Quedaba todo bien mojado, la pijama empapada y el colchón como alberca.
Por mucho tiempo sus papás lo regañaron, hasta que, cansados de que de nada sirvieran las reprimendas y sermones, decidieron dejarlo dormir con la luz encendida.
Y así hubiera podido durar toda la vida. Pudiera haber llegado a graduarse de la universidad y dormir aún con la luz encendida, tener un trabajo de gente mayor, pero dormir toda la noche con el cuarto iluminado.
Pudiera, incluso, haberse casado y, a pesar de todo continuar con su costumbre de tener la lámpara del cuarto siempre prendida por las noches.
Y si las cosas hubieran seguido igual, es probable que sus hijos y los hijos de sus hijos hubieran heredado ese miedo a la oscuridad, así que, de seguro, también habrían querido dormir con la luz encendida.
Y quizá todo esto hubiera acarreado que las ciudades del futuro estuvieran siempre iluminadas, sin que nadie conociera la noche; sin saber lo bonito que se ven las estrellas cuando no hay nada de luz.
Ése podría haber sido el terrible futuro del mundo, pero todo cambió en unas vacaciones. Cuando los papás de Luis salieron por unos días de la ciudad, su tía, que no era muy consentidora, llegó para cuidarlo.
Cuando llegó la hora de dormirse, la tía apagó la luz del cuarto, pero aún no terminaba de cerrar la puerta cuando Luis ya la había prendido de nueva cuenta.
¡Que me hago! ¡Me hago! –le decía tratando de convencerla.
Y aunque le suplicó y le suplicó y le habló de los monstruos que viven debajo de las camas y de los fantasmas que se aparecen en la noche, y hasta se hizo un poquito de pipí y tuvieron que cambiar las sábanas y pijamas, la tía no lo consintió. Le apagó la luz y dejó el cuarto iluminado sólo con la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana.
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