CAZADORES DE BRUJAS (LAS CAZERIA DE BRUJAS)
A finales del siglo XVIII, un historiador alemán calculó que a lo largo de un milenio habían sido ejecutados en Europa nueve millones de supuestos brujos y brujas. En realidad, el número fue muy inferior: los estudiosos actuales estiman que entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII se produjeron entre 40.000 y 60.000 condenas a la pena capital por ese concepto. Aun así, se trata de una cifra muy considerable, a la que cabe añadir aquellos que murieron como consecuencia del trato infligido durante la detención y, asimismo, los muchos que sufrieron linchamiento como sospechosos de brujería, al margen de cualquier proceso formal y que, por tanto, no fueron debidamente registrados. No hay duda de que la brujería fue uno de los fenómenos más dramáticos de la Europa moderna y sus consecuencias fueron terribles: decenas de miles de personas acusadas de connivencia con el diablo, la mayoría humildes mujeres, fueron objeto de terribles oleadas de persecución en las que salió a relucir la radical intolerancia de su época.
Aunque la creencia en la brujería está documentada desde épocas muy remotas de la historia de Europa, fue a partir del siglo XIII cuando la idea se convirtió en una auténtica obsesión y empezaron a desencadenarse persecuciones organizadas por la Iglesia. La razón de ello se encuentra, seguramente, en la aparición, precisamente en ese tiempo, de un poderoso movimiento herético en amplias zonas del continente, sobre todo en el sur de Francia: los cátaros. Para reprimirlos, la Iglesia de Roma puso a punto una institución de gran poder, la Inquisición, que con el tiempo se encargaría de controlar a quienes realizaban prácticas mágicas.
La lucha contra la herejía sirvió, pues, de pretexto para los episodios de caza de brujas que surgieron con creciente frecuencia a partir del siglo XV. Esto ocurrió en la Suiza franco-
provenzal, así como en el norte de Francia. En 1459, en la ciudad de Arras, entonces bajo soberanía de los duques de Borgoña, la condena de un ermitaño por magia demoníaca provocó una serie de confesiones en cadena, ayudadas por la tortura, que terminaron con 29 acusaciones y 12 ejecuciones. El episodio fue conocido como vauderie de Arras, en referencia a los vaudois, «valdenses», una corriente herética surgida en los siglos XII y XIII. El eco del asunto provocó la intervención del duque Felipe el Bueno, que logró frenar lo que ya parecía una psicosis colectiva. Los condenados fueron rehabilitados muchos años más tarde, en 1491.
El período más intenso de caza de brujas se sitúa, en cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVI y se prolongó hasta 1660. Sin duda, no es casualidad que esta fase se corresponda, en parte, con la llamada «pequeña era glacial»: un empeoramiento climático que trajo malas cosechas y carestías; fenómeno que parece haber afectado a varias áreas de Europa en diferentes momentos entre 1580 y 1630, al que siguió la trágica oleada de peste de 1630. La posterior mejoría económica se correspondió igualmente con una disminución generalizada de los procesos, aunque en algunas zonas fue a finales del siglo XVII cuando se produjeron los peores casos de caza de brujas.
Los procesos de brujería en las ciudades alemanas alcanzaron cotas inusitadas de dramatismo. Un testimonio de los procesos de Würzburg explicaba en una carta a un conocido en 1629: «Hay niños de tres y cuatro años, hasta 300, de los que se dice que han tenido tratos con el Diablo. He visto cómo ejecutaban a chicos de siete años, estudiantes prometedores de 10, 12, 14 y 15 años. También había nobles». Sin embargo, el mismo testimonio estaba convencido de la realidad de las acusaciones: «No hay duda de que el Diablo en persona, con 8.000 de sus seguidores, mantuvo una reunión y celebró misa ante todos ellos, administrando a sus oyentes cortezas y mondaduras de nabos en lugar de la Sagrada Hostia. Se pronunciaron blasfemias tan horribles que tiemblo de escribirlas».
Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad y suelen clasificarse dentro del llamado pánico moral. De forma general, el término ha llegado a denotar la persecución de un enemigo percibido (habitualmente un grupo social no conformista) de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real.
A finales del siglo XVIII, un historiador alemán calculó que a lo largo de un milenio habían sido ejecutados en Europa nueve millones de supuestos brujos y brujas. En realidad, el número fue muy inferior: los estudiosos actuales estiman que entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII se produjeron entre 40.000 y 60.000 condenas a la pena capital por ese concepto. Aun así, se trata de una cifra muy considerable, a la que cabe añadir aquellos que murieron como consecuencia del trato infligido durante la detención y, asimismo, los muchos que sufrieron linchamiento como sospechosos de brujería, al margen de cualquier proceso formal y que, por tanto, no fueron debidamente registrados. No hay duda de que la brujería fue uno de los fenómenos más dramáticos de la Europa moderna y sus consecuencias fueron terribles: decenas de miles de personas acusadas de connivencia con el diablo, la mayoría humildes mujeres, fueron objeto de terribles oleadas de persecución en las que salió a relucir la radical intolerancia de su época.
Aunque la creencia en la brujería está documentada desde épocas muy remotas de la historia de Europa, fue a partir del siglo XIII cuando la idea se convirtió en una auténtica obsesión y empezaron a desencadenarse persecuciones organizadas por la Iglesia. La razón de ello se encuentra, seguramente, en la aparición, precisamente en ese tiempo, de un poderoso movimiento herético en amplias zonas del continente, sobre todo en el sur de Francia: los cátaros. Para reprimirlos, la Iglesia de Roma puso a punto una institución de gran poder, la Inquisición, que con el tiempo se encargaría de controlar a quienes realizaban prácticas mágicas.
De las herejías a la brujería
La identificación entre magia y herejía fue un proceso gradual. En 1233, el papa Gregorio IX promulgó la bula Vox in Rama, en la que se acusaba a una imprecisa secta de herejes alemanes de adorar a animales monstruosos, cometer sacrilegios y practicar rituales orgiásticos. Acusaciones semejantes se vertieron a principios del siglo XIV contra los templarios, en el gran proceso que se organizó contra ellos tras la supresión de la orden militar. Posteriormente, en 1326, la bula Super illius specula, de Juan XXII, equiparó definitivamente las prácticas o las creencias mágicas con la herejía, permitiendo que se aplicasen también a estas últimas los procedimientos inquisitoriales normales. Por último, en 1484 el papa Inocencio VIII, en la bula Summis desiderantes affectibus, formuló una condena radical de todos aquellos que cometieran actos diabólicos y ofendieran así la fe cristiana: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir; y, sobre todo, reniegan blasfemamente de la fe que es la suya por el sacramento del bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no dudan en cometer y perpetrar las peores abominaciones y excesos más vergonzosos para peligro mortal de sus almas».La lucha contra la herejía sirvió, pues, de pretexto para los episodios de caza de brujas que surgieron con creciente frecuencia a partir del siglo XV. Esto ocurrió en la Suiza franco-
provenzal, así como en el norte de Francia. En 1459, en la ciudad de Arras, entonces bajo soberanía de los duques de Borgoña, la condena de un ermitaño por magia demoníaca provocó una serie de confesiones en cadena, ayudadas por la tortura, que terminaron con 29 acusaciones y 12 ejecuciones. El episodio fue conocido como vauderie de Arras, en referencia a los vaudois, «valdenses», una corriente herética surgida en los siglos XII y XIII. El eco del asunto provocó la intervención del duque Felipe el Bueno, que logró frenar lo que ya parecía una psicosis colectiva. Los condenados fueron rehabilitados muchos años más tarde, en 1491.
El período más intenso de caza de brujas se sitúa, en cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVI y se prolongó hasta 1660. Sin duda, no es casualidad que esta fase se corresponda, en parte, con la llamada «pequeña era glacial»: un empeoramiento climático que trajo malas cosechas y carestías; fenómeno que parece haber afectado a varias áreas de Europa en diferentes momentos entre 1580 y 1630, al que siguió la trágica oleada de peste de 1630. La posterior mejoría económica se correspondió igualmente con una disminución generalizada de los procesos, aunque en algunas zonas fue a finales del siglo XVII cuando se produjeron los peores casos de caza de brujas.
Masacres en Alemania
La caza de brujas no tuvo el mismo alcance ni la misma intensidad en toda Europa. Sin lugar a dudas, el territorio en el que se desarrollaron las persecuciones más virulentas y numerosas fue Alemania. La gran mayoría de los procesos se produjeron entre los siglos XVII y XVIII, y la cifra total de víctimas oscila entre 22.000 y 25.000 –aunque hay autores que la elevan a 30.000–, lo que representa la mitad del total europeo. En las primeras décadas del siglo XVII, en particular, estalló una auténtica psicosis colectiva en el suroeste del país, en torno a ciudades como Bamberg, Maguncia, Eichstätt o Würzburg, donde se desarrollaron procesos masivos, en los que condenados y ejecutados se contaban por centenares. Una causa de ello fue la fragmentación política del Sacro Imperio Romano Germánico: al no haber un poder central fuerte, cada ciudad se enfrentaba al problema con cierto grado de autonomía, lo que propiciaba abusos y actuaciones discrecionales. Asimismo, la coexistencia de grupos de católicos y reformados, como ocurría en el suroeste de Alemania, creaba graves tensiones que desembocaban con frecuencia en acusaciones recíprocas de brujería.Los procesos de brujería en las ciudades alemanas alcanzaron cotas inusitadas de dramatismo. Un testimonio de los procesos de Würzburg explicaba en una carta a un conocido en 1629: «Hay niños de tres y cuatro años, hasta 300, de los que se dice que han tenido tratos con el Diablo. He visto cómo ejecutaban a chicos de siete años, estudiantes prometedores de 10, 12, 14 y 15 años. También había nobles». Sin embargo, el mismo testimonio estaba convencido de la realidad de las acusaciones: «No hay duda de que el Diablo en persona, con 8.000 de sus seguidores, mantuvo una reunión y celebró misa ante todos ellos, administrando a sus oyentes cortezas y mondaduras de nabos en lugar de la Sagrada Hostia. Se pronunciaron blasfemias tan horribles que tiemblo de escribirlas».
La caza de brujas es la búsqueda de brujos, brujas o pruebas de brujería, que llevaba a acusar a la persona afectada de brujería, a un juicio y finalmente a una condena. Muchas culturas, tanto antiguas como modernas, han reaccionado de forma puntual a las acusaciones de brujería con miedo supersticioso y han castigado, o incluso asesinado, a los presuntos o presuntas practicantes.
La caza de brujas como fenómeno generalizado es característica de la Europa Central a inicios de la Época Moderna. Base para la persecución masiva de mujeres (puntualmente también menores y hombres e incluso animales) por la Iglesia y sobre todo por la justicia civil, fue la idea, extendida entre teólogos y juristas, de una conspiración del Demonio para acabar con la Cristiandad.Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad y suelen clasificarse dentro del llamado pánico moral. De forma general, el término ha llegado a denotar la persecución de un enemigo percibido (habitualmente un grupo social no conformista) de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real.
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